sábado, 9 de enero de 2010

NOCHE DE BODAS



De Amparo Climent, Valencia, España

Sara y Manuel se encuentran por fin solos en su habitación. Ella tiene diecisiete años y él veinte, y acaban de convertirse en marido y mujer por el rito gitano. Según la tradición, ambos jóvenes deben llegar vírgenes al matrimonio, y aunque Sara sabe que su marido no lo es, para ella el símbolo de la pureza es algo fundamental y que su pueblo valora de forma esencial.
Se encuentra nerviosa en la penumbra de la habitación, mientras en sus oídos todavía suenan las notas de la "alboreá": "En un verde prado tendí mi pañuelo, salieron tres rosas como tres luceros". Estos versos simbolizaron la realidad de su inocencia, virtud que ahora está a punto de olvidar en los brazos de su marido.

-Eres tan bella Sara... Te deseo tanto...

Manuel se inclinó para susurrar en el oído de la muchacha, aspirando su perfume femenino. Después posó sus labios sobre los dulces labios de ella, que reaccionó de inmediato a sus caricias. Tras un prolongado y apasionado beso, Manuel se aventuró a posar una mano sobre el vientre cálido de Sara, describiendo círculos con los dedos. Ella se dejaba acariciar, brillándole aquellos ojos oscuros e intensos.
Él, extendió una mano para apoderarse de su seno y bajando el rostro hasta su garganta, comenzó a depositar en ella pequeños y delicados besos. Ella gimió y en un movimiento instintivo, acercó sus caderas contra las de él. Manuel se apretó aún más al cuerpo de la joven, que pudo sentir contra su vientre la dura y cálida virilidad de él.

-Sara... Mi bella esposa...

La acariciaba en sus partes íntimas, con movimientos suaves y lentos. Ella gruñó entre dientes de puro placer. Estaba dispuesta. Él guió el cuerpo de la muchacha hasta acoplarse con el suyo, ávido de sentirla en lo más hondo de sus entrañas, apretando los ojos con fuerza al sentir que la penetraba. A partir de ese instante, las sensaciones de ambos se concentraron hasta culminar en una ola de increíble gozo.
Sara parpadeó clavando sus ojos en los de Manuel, todavía sus cuerpos unidos, permaneciendo quietos, embebidos cada uno en el rostro del otro.
Al fin, el joven se desplazó hacia un costado, acurrucándose junto a ella. Aspiró el aroma de su cabello, susurrándole al oído:

-Te amo Sara... , mi compañera.

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