sábado, 9 de enero de 2010

DISYUNTIVA



De Amparo Clement, Valencia, España

No sabía si la odiaba o si la amaba. Presintió que la amaba y que de algún modo especial, sin saber por qué, ella le tenía en sus manos. Ella, la mujer perfecta, la que para él era casi una diosa, la que le hacía olvidarse de sí mismo y entregarse profundamente. Él, siempre ajeno a demostrar sus sentimientos, indiferente a la ternura y sensibilidad. Pensó que quizá la pasión podía cambiar el carácter de un hombre, hasta el punto de dejarse arrastrar por ella con un poder que irradiaba, y al que no podía oponerse.

Él sabía que ella lo manipulaba, que jugaba a su antojo con sus sentimientos sin compasión, pero aún así, existía entre ambos una fuerza que los ligaba, que los mantenía unidos en una lucha de amor y odio a partes iguales.

Acostados uno junto al otro, no se tocaban. Con la mirada perdida en algún punto del techo, ninguno sabía lo que pensaba el otro, y mantenían silencio. Hasta que ella movió su mano lentamente buscando la de él. Se agarraron fuertemente y entonces él supo que de nuevo había perdido la batalla. Durante un breve momento pensó en oponerse a aquel contacto, pero sabía que no podría aguantar si ella continuaba tanteando. Era débil cuando ella ejercicía aquel excitante poder sobre él.

- ¡Te amo! -exclamó al fin, casi sin creerse que aquellas palabras salieran de su boca cuando unos momentos antes sentía que la odiaba.

Ella no contestó, y como única respuesta, dio media vuelta hacia él pasándole el muslo por encima de la cadera. Él suspiró. Sí, definitivamente había perdido la batalla.

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