martes, 30 de marzo de 2010

Suizos) Autor: Philippe Jaccottet

( Suizos) Autor: Philippe Jaccottet
La voz
¿Quién canta allí cuando todos callan? ¿Quién canta
con pura y apagada voz ese canto tan hermoso?
¿Será en las afueras de la ciudad, en Robinson,
en un jardín cubierto de nieve? ¿O aquí cerca
alguien que no esperaba que pudiéramos escucharlo?
No nos impacientemos
ya que el día no viene precedido, ni mucho menos,
por el pájaro invisible. Pero permanezcamos
en silencio. Una voz sube, y como el viento de marzo
le otorga fuerza a la envejecida madera, nos llega
sin lágrimas, más bien sonriendo ante la muerte.
¿Quién cantaba allí cuando se apagó nuestra lámpara?
Nadie lo sabe. Sólo al corazón que no busca
ni la posesión ni la victoria le será dado oírlo.





El ignorante


A medida que envejezco, crezco en ignorancia;
a medida que más vivo, menos poseo y menos reino.
Un espacio a veces de nieve o a veces brillante,
mas nunca habitado, es todo lo que tengo.
¿Dónde se halla el que lo legó, el guía, el guardián?
Permanezco en mi habitación y al principio callo
[silencio doméstico, instalador de un poco de orden]
escuchando las mentiras que se alejan una a una:
¿qué queda de todo eso?¿qué le impide al moribundo
dejarse llevar por la buena muerte? ¿Qué fuerza
le hace hablar aún entre sus cuatro paredes?
Yo el ignorante, el inquieto, ¿llegaré a saberlo?
Pero ya sé realmente quién es el que habla,
y su palabra penetra con el día, aunque algo vaga:
“Como el fuego, el amor sólo establece su claridad
sobre el error y la belleza de los leños en ceniza…”





Caminata al final del verano
Avanzamos sobre peñascos cubiertos de conchas,
placas hechas de libélulas y arena,
caminantes enamorados, sorprendidos de su propio viaje,
cuerpos provisorios, reencuentros sin fortuna.
Una hora de descanso en las terrazas bajas del litoral.
Palabras sin demasiado eco. Destellos de hiedra.
Caminamos rodeados por los últimos pájaros del otoño
y bordonea la flama invisible de los años en el madero
de nuestros cuerpos. Agradecimientos sin embargo
al viento que entre las encinas no sabe callar.
Abajo se amontona la bastedad de los muertos antiguos,
la precipitación del polvo que antaño fuera claro,
la petrificación de las mariposas y los enjambres,
y en la parte baja del cementerio semilla y piedra,
las bases de nuestro amor, de nuestras miradas y quejas,
lecho profundo del que se aleja de noche cualquier temor.
Arriba tiembla lo que aún se resiste a la derrota,
arriba brillan las hojas y los ecos de alguna fiesta;
antes de hundirse a su vez en los cimientos
los vencejos fulguran encima de nuestras casas.
Luego llega por fin lo que podría vencer nuestro infortunio,
el aire más ligero que el aire y en las cimas la luz,
tal vez las palabras de un hombre evocando su juventud,
oídos cuando la noche se acerca y que un vano ruido de guerra
por décima vez viene a molestar la exhalación de los campos.





El poeta tardío
El poeta tardío escribe:
“Mi espíritu se deshilacha poco a poco.
Incluso la malva rosa y el pinzón me parecen lejanos
y lejanos cada vez con menor seguridad.
Llegaré incluso a solicitar
que me descarguen de este saco de luz:
¡gloria extravagante!”
¿Quién entre estas bellezas responderá?
¿No habrá alguien entre ustedes,
incluso sin decir nada, para venir en pos de él?
Vaya, como se dispersa, la manada de fuentes
que creímos haber conducido alguna vez por estas praderas…
He aquí que a partir de entonces
cualquier música de antaño se le sube a los ojos
convertida en gruesas lágrimas:
“Vuelven los alhelíes y las peonías,
la hierba y el mirlo también,
pero la que esperamos ¿dónde? ¿dónde las esperadas?
¿Acaso nunca más volveremos a tener sed?
¿Ya no habrá más cascadas
para que aprieten en sus manos la fresca cintura?
Cualquier música te aflige desde entonces
con el peso de las lágrimas”.
El hombre sigue hablando,
y su rumor avanza como un arroyo de enero
con ese temblor de hojas cada vez que un pájaro
asustado huye gritando hacia allí donde la lluvia escampa.


Autor: Philippe Jaccottet

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