martes, 30 de marzo de 2010

FLORIANO MARTINS BRASIL

[TEMBLOR DE COSTILLAS]

Escribes en mi tus errores más precisos.
Relatos consagrados a todo lo que perdemos.
Cavidades profundas, pozos descontentos,
claraboyas que dan para el vacío, minas
protegidas por el olvido. Mi cuerpo
es el inviolable mapa de tus equívocos.
Y proyectas esos milagros disfrazados
de tal manera que jamás pude entenderlos.
Siempre me parece que hablan de otra cosa.
No localizo en mi cuerpo la tumba de nuestro amor.
En tanto, describes el fracaso como un culto,
fuente de caídas, anunciación de la indiferencia.
No estoy convencida de nada, aún así sospecho
que algo en ti jamás encontró una razón de ser


UNA SONRISA EN EL ESPEJO

Dejo el espejo encendido en la palidez de la tarde,
para que nos diga donde recomienza el amor.
Gateas inseguro por entre los muebles del abismo,
y te ríes cuando no encuentras nada más.
Mis senos clavan en ti otro espejismo:
despedimos lo improbable, masticamos sus vicios.
Rumores recorren los naipes del silencio.
El espejo descifra un mecanismo de convulsiones:
laberinto enloquecido que no sabe salir de si.
Apenas nos amamos la ciudad se disuelve.
Robo tus pequeños placeres, ruinas
desfiguradas, usinas de semen-fátuo, alaridos
tallados en la noche como un saqueo.
Es tan rudo como haces el amor con un maniquí.

ENIGMA DEL SOL

Tus lágrimas me acarician: un diluvio atávico.
De nada sirve consultar la foja de infortunios.
Tenemos una ilusión objetiva de la existencia
y no aprendemos nunca de nuestros aciertos.
Tú te asemejas a lo que codicias.
Yo te ofrecí mi abandono.
Me diste una lámpara viciada en espejos.
No ves ninguna diferencia entre pérdida y sacrificio.
Dejo mi ropa a la entrada de tu casa.
Tú me recibes desnudo y nada allí se te parece.
No sé cuándo vuelvo, pero estoy segura del engaño:
no andas en mí por donde me reconozco.


PASTO DE SIGILOS
.
Alucinación viciosa, rito pagano de las letras

que ensayan las palabras con que me inicias,
gemas vibrantes: –ven, oh ven conmigo.
No nos cansamos nunca de caminar esta noche,
por donde las aves son frutos que tiemblan
y tu desnudez avanza como un eclipse de la mía.
Ya no necesitamos volvernos del todo visibles.

Leemos la lágrima disfrazada de nuestros nombres,
cuando gimes y la penumbra no distingue
gracia de ilusión en el rumor de las frases.

Lámpara despertándonos, carne encendida, cofre de gozos
–a quién confiar los límites del fuego–,
todos los arrecifes poseídos de labios feroces,
mar y despojos: no cesamos de reproducirnos.

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